Lydia Cacho
Víctor tiene ocho años y está en el hospital porque su padre lo descalabró con un martillo. Cuando charlo con él mientras restriega ansioso sus manitas, se muestra enojado. Sabe que se parece a su papá y él no quiere, por ningún motivo, ser igual a ese “monstruo maloso”. Lo odia, pero también lo ama. El niño de ocho años no sabe qué hacer con esos sentimientos encontrados, pero tampoco lo saben millones de hombres y mujeres que crecieron amando a un padre violento. Uno de cada tres hombres mexicanos creció bajo el maltrato de su padre. Uno de cada seis reproduce los valores de la violencia masculina como método de control ante el conflicto.
Cada año 300 mil hombres mexicanos planean, avalan y ejecutan actos concretos de violencia contra las mujeres que aman (o que dicen amar) y un porcentaje significativo, y variable cada año, terminará asesinando a la mujer con tal de que no lo deje. Cada 15 segundos un hombre decide violar a una mujer, y para ello hace una estrategia que nada tiene que ver con el instinto sexual y mucho con el deseo de controlar y poseer por la fuerza a otro ser humano. En seis de cada 10 casos de violencia de pareja el hombre utiliza a sus hijos o hijas como rehenes, para evitar que la mujer deje la relación violenta; en la mayoría de los casos él estuvo en el lugar que ahora ocupa su hijo. Casi la mitad de los agresores tienen estudios superiores o medios superiores. Las organizaciones de mujeres atienden a un porcentaje de mujeres y sus hijos e hijas, pero ¿dónde están los modelos de hombre pacífico? No se puede seguir hablando de violencia intrafamiliar y contra mujeres sin contextualizar. Individualizar y deshistorizar estas violencias es negar su poder de reproducción cultural, su impacto social y el profundo dolor que producen.
En los años 70 pequeños grupos de hombres se rebelaron contra la guerra sumándose al movimiento feminista y nacieron los primeros grupos de hombres contra la violencia masculina. Desde entonces, en el mundo se han creado poco más de un centenar de grupos dirigidos a revisar los valores masculinos, a educar y prevenir conductas violentas. En México muy pocos esfuerzos funcionan. La mayoría han fracasado. Los agresores los utilizan para evitar ser llevados ante la justicia, o para recuperar a la mujer y seguirla maltratando. Sabemos que por cada nueve mujeres que participan en ONG por la paz hay un solo hombre. Los refugios para mujeres trabajan con mujeres que aprenden a educar sin violencia, y con niños como Víctor, para transformar sus valores masculinos. Sin embargo el ciclo de la violencia en la familia no podrá detenerse si los hombres, como género, no asumen su responsabilidad para prevenir, evitar y erradicar la violencia masculina; no sólo porque al final se revierte contra toda la sociedad, sino porque el niño maltratado que casi todos llevan dentro necesita saber que hay otras formas, amorosas y compasivas de ser varón. No hay transformación social, sin haber antes una transformación individual, escribió Krishnamurti. Por eso se solicitan hombres buenos para cambiar a México, interesados organizarse y darnos esperanza.
http://www.lydiacacho.net/
Cada año 300 mil hombres mexicanos planean, avalan y ejecutan actos concretos de violencia contra las mujeres que aman (o que dicen amar) y un porcentaje significativo, y variable cada año, terminará asesinando a la mujer con tal de que no lo deje. Cada 15 segundos un hombre decide violar a una mujer, y para ello hace una estrategia que nada tiene que ver con el instinto sexual y mucho con el deseo de controlar y poseer por la fuerza a otro ser humano. En seis de cada 10 casos de violencia de pareja el hombre utiliza a sus hijos o hijas como rehenes, para evitar que la mujer deje la relación violenta; en la mayoría de los casos él estuvo en el lugar que ahora ocupa su hijo. Casi la mitad de los agresores tienen estudios superiores o medios superiores. Las organizaciones de mujeres atienden a un porcentaje de mujeres y sus hijos e hijas, pero ¿dónde están los modelos de hombre pacífico? No se puede seguir hablando de violencia intrafamiliar y contra mujeres sin contextualizar. Individualizar y deshistorizar estas violencias es negar su poder de reproducción cultural, su impacto social y el profundo dolor que producen.
En los años 70 pequeños grupos de hombres se rebelaron contra la guerra sumándose al movimiento feminista y nacieron los primeros grupos de hombres contra la violencia masculina. Desde entonces, en el mundo se han creado poco más de un centenar de grupos dirigidos a revisar los valores masculinos, a educar y prevenir conductas violentas. En México muy pocos esfuerzos funcionan. La mayoría han fracasado. Los agresores los utilizan para evitar ser llevados ante la justicia, o para recuperar a la mujer y seguirla maltratando. Sabemos que por cada nueve mujeres que participan en ONG por la paz hay un solo hombre. Los refugios para mujeres trabajan con mujeres que aprenden a educar sin violencia, y con niños como Víctor, para transformar sus valores masculinos. Sin embargo el ciclo de la violencia en la familia no podrá detenerse si los hombres, como género, no asumen su responsabilidad para prevenir, evitar y erradicar la violencia masculina; no sólo porque al final se revierte contra toda la sociedad, sino porque el niño maltratado que casi todos llevan dentro necesita saber que hay otras formas, amorosas y compasivas de ser varón. No hay transformación social, sin haber antes una transformación individual, escribió Krishnamurti. Por eso se solicitan hombres buenos para cambiar a México, interesados organizarse y darnos esperanza.
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