lunes, 28 de abril de 2008

Demócratas en EU: la fuerza del aparato

Editorial
Demócratas en EU: la fuerza del aparato
Las peculiaridades antidemocráticas del sistema político y electoral introducen en la actual disputa por la Casa Blanca una paradoja inquietante: si bien Barack Obama es el favorito para ganarla, de acuerdo con las encuestas, ni siquiera es seguro que consiga la postulación de su partido, el Demócrata, para las elecciones presidenciales de noviembre próximo.
Los demócratas aparecen, en la circunstancia actual, desgarrados entre el poder de los sectores financiero e industrial, de matriz inequívocamente conservadora, y el deseo de renovación, acaso mayoritario, de la ciudadanía. El primero ha encontrado su candidata en Hillary Clinton, una mujer que, en términos políticos, guarda muy poca semejanza con la que en 1992 pugnaba por una política social que redujera la creciente brecha entre ricos y pobres en Estados Unidos y que impuso en la Casa Blanca un estilo de informalidad, modernidad y apertura. Hoy, la senadora Clinton es una figura del establishment imperial y belicista, que ha dejado ver su cara más sanguinaria en las invasiones de Afganistán y de Irak.
Por si quedara duda de lo anterior, baste con ver los guiños desesperados que Clinton lanza al electorado conservador: por ejemplo, su injustificada amenaza de que, de llegar a la Presidencia, destruiría a Irán si ese país atacara a Israel, declaración que no venía al caso en el de por sí complicado escenario de Medio Oriente y que sólo se explica por el afán de la declarante de granjearse las simpatías de los halcones demócratas y de uno que otro republicano. Al mismo tiempo, Hillary Clinton busca seducir a los votantes liberales y progresistas con la perspectiva de convertirse en la primera mujer que ejerza la Presidencia en la historia de Estados Unidos.
En esta lógica, no debe descartarse la posibilidad de que Clinton logre hacer valer la fuerza del aparato demócrata para conseguir la candidatura presidencial en la convención partidaria programada para agosto próximo, a pesar de que, en conjunto, el sufragio popular ha favorecido a su adversario, y pese a los sondeos que indican que el senador por Illinois derrotaría por un margen claro al aspirante presidencial republicano, John McCain, en las elecciones de noviembre.
Una competencia final entre Clinton y McCain sería, en esencia, una lucha por matices. Pero si Obama consiguiera la nominación demócrata, en el país más poderoso del mundo se pondría en juego la posibilidad de operar cambios específicos y urgentes que, sin embargo, han permanecido bloqueados por décadas: la democratización de un régimen político en el que, además de los votos, cuentan los intereses corporativos; el acotamiento de la pobreza creciente, la redignificación de la clase media y la recuperación de derechos civiles y humanos que hoy están perdidos (un botón de muestra es el aval otorgado por George W. Bush al uso de la tortura en los interrogatorios de presuntos terroristas, sobre el cual aportan detalles The New York Times y The Washington Post en sus ediciones de ayer). Asimismo, de un Ejecutivo encabezado por Obama cabría esperar la atenuación, al menos, de los aspectos más violentamente ilegales en la proyección del poderío estadunidense en el mundo.
Cabe preguntarse si el ala conservadora del Partido Demócrata preferirá imponer una candidatura débil, como sería la de Hillary Clinton, e incrementar de esa forma el riesgo de que la Casa Blanca quede en manos del Partido Republicano por al menos otros cuatro años, o si reconocerá las tendencias mayoritarias de sus votantes y permitirá que sea Obama su abanderado presidencial.

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