Laura Salamanca
Ayer vi una imagen tan impactante que no tengo palabras para poderla expresar. No serían suficientes: tremenda, horrible, espantosa, tormentosa, angustiosa, terrible, extremadamente cruel… no, todas se quedan pequeñas.
No soy capaz de concebir el dolor de una madre palestina, aunque no importe su origen ni nacionalidad, harta de luchar por el simple hecho de sobrevivir, jugándose la vida diariamente para ir a buscar agua con que calmar la sed de sus hijos, algún alimento con que saciar su hambre, escalando los escombros, sorteando las bombas para llegar a uno de los pocos hospitales que quedan en pié, hacia donde su esposo acude con el cadáver de su bebé de escasos meses de nacido, en brazos. Muerto por las bombas israelíes, aunque no importe su origen, ni su nacionalidad.
El dolor de ella también es mi dolor. Y si el mundo fuera solidario, sería la vergüenza que acabara con la fabricación de armamento, con las excusas de siempre con las que se fabrican las guerras. Con la crueldad propia del ser humano, porque ningún otro animal mata por simple diversión, que excusa la guerra en divergencias políticas con las que hacer negocio y enriquecerse.
El sufrimiento de ella lo hago mío, mientras el mundo mira atónito sin hacer nada. Mi angustia, mi llanto, mi desolación son también por su hijo. Su hijo es un niño del mundo, un hijo mío también.
Si de algo sirve alzar mi voz contra el lucrativo negocio que supone matar al prójimo por dinero, hago de mi grito una reivindicación: ¡la guerra ha sido, desde que el hombre dejó de pelear por robar las cosechas para sobrevivir, un pretexto político para aniquilarse entre sí, para enriquecerse a costa del débil!
Así de absurdo y genocida es el ser humano.
Las guerras de hoy son solo un juego de cobardes que no se atreven a dar la cara para enfrentarse contra un enemigo que no existe. Hoy, si quisiéramos, todos tendríamos para comer diario, agua, vivienda, paz, y hasta una vida aburrida. Pero a nadie le gusta trabajar por el bien común, la voluntad humana es perezosa, es cara, y supone demasiados compromisos, renuncias, incomodidades, creencias religiosas y trabajo. Se afirma por pura especulación, una trillada frase que nada tiene de real: “nadie sabe cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será a palos y piedras”.
Lo que “Nadie sabe” en todo caso, es que la tercera guerra mundial está librándose cada día: el mundo “civilizado”, aquel dónde se fabrica el armamento, opone al “tercer mundo”: tribu contra tribu, pueblo contra pueblo, o busca a sus enemigos entre ellos, escudándose en ridículos argumentos que nadie con sentido común puede tragarse, para provocar guerras genocidas cuyas ganancias recogen sobre tumbas que flotan en sangre.
Aquellos gobiernos que sustentan la economía de sus países en la venta de armas, son tan genocidas como Hítler, Mussolini, Stalin, Franco, Bush o Sadam Hussein. Y desgraciadamente son el negocio más lucrativo desde que existen las fronteras, y desde que se inventó eso del “nacionalismo”.
Gandhi demostró que la violencia no se combate con violencia, sino con todo lo contrario. Que las fronteras lingüísticas, éticas, culturales, étnicas, religiosas, solo existen en nuestra mente. Que a los imperios se los combate con inteligencia, con el desarrollo cultural y económico regional, no global, para unos pocos privilegiados.
Es mentira que el hambre provoca guerras. El hambre y la desesperación provoca extremismos. Es el ansia de poder y riqueza lo que las provoca, y éstas el fanatismo y la intolerancia. Mientras nosotros, a miles de kilómetros de distancia, sólo observamos la barbarie que priva en el mundo por puro egoísmo. Pero sin tocar a nuestros hijos, o nuestra venganza vendrá en forma de bomba. Y más niños del tercer mundo terminarán envueltos en la bandera de un país, que solo reivindica su derecho a ser país.
En memoria de los millones de niños de cualquier nacionalidad, religión o raza, víctimas de la enferma degeneración mental de los adultos que los asesina en guerras.
laurafdez27@hotmail.com
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No soy capaz de concebir el dolor de una madre palestina, aunque no importe su origen ni nacionalidad, harta de luchar por el simple hecho de sobrevivir, jugándose la vida diariamente para ir a buscar agua con que calmar la sed de sus hijos, algún alimento con que saciar su hambre, escalando los escombros, sorteando las bombas para llegar a uno de los pocos hospitales que quedan en pié, hacia donde su esposo acude con el cadáver de su bebé de escasos meses de nacido, en brazos. Muerto por las bombas israelíes, aunque no importe su origen, ni su nacionalidad.
El dolor de ella también es mi dolor. Y si el mundo fuera solidario, sería la vergüenza que acabara con la fabricación de armamento, con las excusas de siempre con las que se fabrican las guerras. Con la crueldad propia del ser humano, porque ningún otro animal mata por simple diversión, que excusa la guerra en divergencias políticas con las que hacer negocio y enriquecerse.
El sufrimiento de ella lo hago mío, mientras el mundo mira atónito sin hacer nada. Mi angustia, mi llanto, mi desolación son también por su hijo. Su hijo es un niño del mundo, un hijo mío también.
Si de algo sirve alzar mi voz contra el lucrativo negocio que supone matar al prójimo por dinero, hago de mi grito una reivindicación: ¡la guerra ha sido, desde que el hombre dejó de pelear por robar las cosechas para sobrevivir, un pretexto político para aniquilarse entre sí, para enriquecerse a costa del débil!
Así de absurdo y genocida es el ser humano.
Las guerras de hoy son solo un juego de cobardes que no se atreven a dar la cara para enfrentarse contra un enemigo que no existe. Hoy, si quisiéramos, todos tendríamos para comer diario, agua, vivienda, paz, y hasta una vida aburrida. Pero a nadie le gusta trabajar por el bien común, la voluntad humana es perezosa, es cara, y supone demasiados compromisos, renuncias, incomodidades, creencias religiosas y trabajo. Se afirma por pura especulación, una trillada frase que nada tiene de real: “nadie sabe cómo será la tercera guerra mundial, pero la cuarta será a palos y piedras”.
Lo que “Nadie sabe” en todo caso, es que la tercera guerra mundial está librándose cada día: el mundo “civilizado”, aquel dónde se fabrica el armamento, opone al “tercer mundo”: tribu contra tribu, pueblo contra pueblo, o busca a sus enemigos entre ellos, escudándose en ridículos argumentos que nadie con sentido común puede tragarse, para provocar guerras genocidas cuyas ganancias recogen sobre tumbas que flotan en sangre.
Aquellos gobiernos que sustentan la economía de sus países en la venta de armas, son tan genocidas como Hítler, Mussolini, Stalin, Franco, Bush o Sadam Hussein. Y desgraciadamente son el negocio más lucrativo desde que existen las fronteras, y desde que se inventó eso del “nacionalismo”.
Gandhi demostró que la violencia no se combate con violencia, sino con todo lo contrario. Que las fronteras lingüísticas, éticas, culturales, étnicas, religiosas, solo existen en nuestra mente. Que a los imperios se los combate con inteligencia, con el desarrollo cultural y económico regional, no global, para unos pocos privilegiados.
Es mentira que el hambre provoca guerras. El hambre y la desesperación provoca extremismos. Es el ansia de poder y riqueza lo que las provoca, y éstas el fanatismo y la intolerancia. Mientras nosotros, a miles de kilómetros de distancia, sólo observamos la barbarie que priva en el mundo por puro egoísmo. Pero sin tocar a nuestros hijos, o nuestra venganza vendrá en forma de bomba. Y más niños del tercer mundo terminarán envueltos en la bandera de un país, que solo reivindica su derecho a ser país.
En memoria de los millones de niños de cualquier nacionalidad, religión o raza, víctimas de la enferma degeneración mental de los adultos que los asesina en guerras.
laurafdez27@hotmail.com
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