Laura Salamanca
Mi agradecimiento al maestro Salah al-din por su inestimable ayuda para escribir este texto.
Consideramos, en nuestro absurdo modo de entender la vida y la comodidad, que los químicos nos facilitan la vida. Nada más lejos de la realidad: el abuso de productos químicos o manipulados están provocando la lenta muerte del planeta, y con él, nosotros.
El recurrente mundial radica en la necesidad de deshacerse de toda esa porquería que adquirimos con fruición diariamente, basura desde el mismo momento de su nacimiento: todas esas bolsas de plástico que han contenido frutas, verduras, zapatos o ropa nueva, las chácharas que consumimos sin límite y sus envoltorios plásticos, las cajas de pasta dental, el envase del desodorante… Nuestra vida está hecha de químicos, los químicos se desgastan, nos obligan al consumo, y el consumo mueve al mundo.
Este problema persiste por desconocimiento y comodidad, que fomenta la debilidad, incapacidad y vaga voluntad de los gobiernos, que abandonaron las recetas de la sabiduría legada por la madre naturaleza desde las más antiguas civilizaciones.
La cuestión estriba en la ubicación de basureros, denominados: rellenos sanitarios, por insalubres y apestosos que sean; criadero arqueológico para las generaciones vendieras, sobre los usos y costumbres de esta sociedad devoradora de químicos.
La separación de basuras es un problema de educación, pero también de comodidad. La basura reciclable acabaría con más del 90% de las basuras. El 10% restante también es reciclable: desechos orgánicos que la naturaleza en su infinita sabiduría, y que nunca pierde sus valiosas recetas, desintegra orgánica y sanitariamente, ella solita.
Bastaría dividir los residuos orgánicos en origen vegetal y animal. Los de origen vegetal, enterrados unos seis meses, producen un abono natural excelente para cultivos y alcanza elevados precios en el mercado agrario. El animal, bastaría con dejárselo a los limpiadores orgánicos concebidos de forma natural por la madre Tierra: los carroñeros. Sin embargo, con el paso de los siglos, el hombre ha olvidado que estos animales no son alimañas, y los considera de mal agüero, o les da por cazarlos, ahuyentarlos, o acabar con ellos de una u otra forma… Los errores de la humanidad que se dice civilizada.
Durante las conferencias de febrero de 2005 en la sede de la ONU, cuando el protocolo de Kyoto fue “ratificado” (16/02/05), la científica hindú Muntaz-Nur al-din Majal, en magistral conferencia, se refirió a los tiempos del conquistador Alejandro “el Magno”, quién tras las batallas contra los persas, cremaba los cuerpos de los caídos en enormes piras funerarias, para honrar la valentía del enemigo. Para los persas, sin embargo, más civilizados, aquella bárbara costumbre macedonia de contaminar los cielos, contribuyendo al efecto invernadero, “les ponía los pelos de punta”. Los persas depositaban los cadáveres en mesas construidas sobre altísimos pilotes de madera, para alimento de buitres. El cuerpo, así, volvía a su esencia natural y renacía en las mismas aves.
Señalaba que los funerales de los poderosos reyes sasánidas (como Sapor), consistían en dejar el cadáver en la alta torre del palacio hasta que los buitres dejaban los huesos blanqueados, que luego se depositaban en urnas. Enterrar cadáveres era agredir y contaminar la tierra con carne putrefacta. La carne debe regresar a la carne, y al suelo lo que es del suelo. La conferencia concluía demostrando cómo las llamadas civilizaciones modernas, retroceden más que avanzan.
Como los persas, la doctora Majal, ilustraba la costumbre tibetana de celebrar el renacer del fallecido, dejando el cadáver en el campo y sentarse a observar cómo es devorado por los carroñeros. – Y pensándolo bien- afirmaba la científica hindú -¿Qué más sana costumbre que dejar que la naturaleza se regenere por sí sola? ¿Para qué sirven los cementerios?, ¿Por qué no dejar a la naturaleza lo que tan sabiamente sabe hacer? Construyendo “mesas” para los restos de origen animal, evitando la extinción de los buitres, devolviendo los desechos orgánicos a la cadena alimenticia, y que los carroñeros hagan su labor natural. Incluso fomentar el turismo con miradores desde donde observar a las aves de carroña durante su labor.
Consideramos, en nuestro absurdo modo de entender la vida y la comodidad, que los químicos nos facilitan la vida. Nada más lejos de la realidad: el abuso de productos químicos o manipulados están provocando la lenta muerte del planeta, y con él, nosotros.
El recurrente mundial radica en la necesidad de deshacerse de toda esa porquería que adquirimos con fruición diariamente, basura desde el mismo momento de su nacimiento: todas esas bolsas de plástico que han contenido frutas, verduras, zapatos o ropa nueva, las chácharas que consumimos sin límite y sus envoltorios plásticos, las cajas de pasta dental, el envase del desodorante… Nuestra vida está hecha de químicos, los químicos se desgastan, nos obligan al consumo, y el consumo mueve al mundo.
Este problema persiste por desconocimiento y comodidad, que fomenta la debilidad, incapacidad y vaga voluntad de los gobiernos, que abandonaron las recetas de la sabiduría legada por la madre naturaleza desde las más antiguas civilizaciones.
La cuestión estriba en la ubicación de basureros, denominados: rellenos sanitarios, por insalubres y apestosos que sean; criadero arqueológico para las generaciones vendieras, sobre los usos y costumbres de esta sociedad devoradora de químicos.
La separación de basuras es un problema de educación, pero también de comodidad. La basura reciclable acabaría con más del 90% de las basuras. El 10% restante también es reciclable: desechos orgánicos que la naturaleza en su infinita sabiduría, y que nunca pierde sus valiosas recetas, desintegra orgánica y sanitariamente, ella solita.
Bastaría dividir los residuos orgánicos en origen vegetal y animal. Los de origen vegetal, enterrados unos seis meses, producen un abono natural excelente para cultivos y alcanza elevados precios en el mercado agrario. El animal, bastaría con dejárselo a los limpiadores orgánicos concebidos de forma natural por la madre Tierra: los carroñeros. Sin embargo, con el paso de los siglos, el hombre ha olvidado que estos animales no son alimañas, y los considera de mal agüero, o les da por cazarlos, ahuyentarlos, o acabar con ellos de una u otra forma… Los errores de la humanidad que se dice civilizada.
Durante las conferencias de febrero de 2005 en la sede de la ONU, cuando el protocolo de Kyoto fue “ratificado” (16/02/05), la científica hindú Muntaz-Nur al-din Majal, en magistral conferencia, se refirió a los tiempos del conquistador Alejandro “el Magno”, quién tras las batallas contra los persas, cremaba los cuerpos de los caídos en enormes piras funerarias, para honrar la valentía del enemigo. Para los persas, sin embargo, más civilizados, aquella bárbara costumbre macedonia de contaminar los cielos, contribuyendo al efecto invernadero, “les ponía los pelos de punta”. Los persas depositaban los cadáveres en mesas construidas sobre altísimos pilotes de madera, para alimento de buitres. El cuerpo, así, volvía a su esencia natural y renacía en las mismas aves.
Señalaba que los funerales de los poderosos reyes sasánidas (como Sapor), consistían en dejar el cadáver en la alta torre del palacio hasta que los buitres dejaban los huesos blanqueados, que luego se depositaban en urnas. Enterrar cadáveres era agredir y contaminar la tierra con carne putrefacta. La carne debe regresar a la carne, y al suelo lo que es del suelo. La conferencia concluía demostrando cómo las llamadas civilizaciones modernas, retroceden más que avanzan.
Como los persas, la doctora Majal, ilustraba la costumbre tibetana de celebrar el renacer del fallecido, dejando el cadáver en el campo y sentarse a observar cómo es devorado por los carroñeros. – Y pensándolo bien- afirmaba la científica hindú -¿Qué más sana costumbre que dejar que la naturaleza se regenere por sí sola? ¿Para qué sirven los cementerios?, ¿Por qué no dejar a la naturaleza lo que tan sabiamente sabe hacer? Construyendo “mesas” para los restos de origen animal, evitando la extinción de los buitres, devolviendo los desechos orgánicos a la cadena alimenticia, y que los carroñeros hagan su labor natural. Incluso fomentar el turismo con miradores desde donde observar a las aves de carroña durante su labor.
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