Fco. Javier Chaín Revuelta
En el pueblo la leyenda más recordada es la de mulata que la inquisición (la del virreinato, no la de ahora) condenó a la hoguera. Pero la mulata legendaria, en los muros de la previa cárcel, dibujó el mar, un navío, se embarcó y nadie supo más. Cardoso y otros muchos dibujantes del pueblo han plasmado, como muchos otros artistas, a esta mujer del pueblo, en muchas telas, pinturas y cuadros.
Ya entrado el siglo XXI en Internet se puede uno enterar que los abogados (http://www.elmundodecordoba.com/index.php?command=show_news&news_id=67988) critican un plan de las autoridades del pueblo para recompensar ($500 pesos) denuncias anónimas de los delitos en “flagrancia o cuasiflagrancia” En ésta página web, de uno de los diarios del pueblo, el jurista Juan José Colorado Aguirre señala que “A nivel municipal no se puede establecer como método de investigación de los delitos: un sistema de recompensas, ya que se estaría violando el artículo 21 constitucional que refiere a los principios en los que se debe basar la actuación de las instituciones policiales.” Más adelante el abogado señala que este sistema operó en la peor época de la humanidad, en la época de Torquemada, en la época de la inquisición. La nota quiere recordar al lector que en aquellos tiempos, como los de ahora, las mujeres eran y son denunciadas como “putas” o “brujas” tanto de manera cínica y abierta como a través de anónimos y fatídicos telefonazos.
Hace ocho siglos que los crueles y pederastas papas “nonos” de Roma crearon esta inquisición. Bastaba al inquisidor un rumor o una delación para iniciar un juicio. Se incitaba a los hijos a denunciar a los padres, los padres a los hijos, los esposos a las esposas, las esposas a los esposos, los amigos a los amigos. En un clima de sospecha y terror generalizado, nobles y siervos por igual estaban en peligro de ser enjuiciados, y los predicadores se abstenían de predicar, pues era como jugar con fuego.
Las deudas del delator se anulaban, lo cual era una invitación a que todo deudor denunciara a su acreedor. Fundándose en la delación o el rumor el inquisidor procedía entonces y le caía al acusado como un rayo, por ejemplo a la media noche cuando dormía: lo despertaban y en un estado de aturdimiento y de confusión lo conducían a la prisión secreta de la inquisición sin decirle que delito le imputaban ni quien lo delató.
Los inquisidores se enriquecían como obispos: recibían sobornos, se apoderaban de las riquezas de los que condenaban (coopelas o cuelo) y los ricos les pagaban contribuciones anuales para que no los acusaran. Juzgaban y condenaban hasta a los muertos: los desenterraban como al papa Formoso y trituraban y quemaban sus huesos. ¡Claro para despojar a los herederos del hereje de sus herencias! Cuando se les pasaba la mano en el tormento mandaban al delatado directamente a la eternidad sin pasar por la hoguera. Aquello de que un acusado es inocente mientras no se pruebe lo contrario la inquisición lo invirtió: es culpable mientras no pruebe que es inocente.
Ahora en este pueblo mulato el plan municipal es apresar a los delatados y torturarlos hasta que demuestren su inocencia, mientras tanto le sacan al cuasiflagrante algunos miles de pesos para tirar quinientos de ellos en la cara al necesitado Judas.
Se imagina usted al director de pemex-refinación al teléfono y en el anonimato delatando por quinientos pesos a cualquier Mouriño en el momento flagrante de firmar el delito de Tráfico de Influencias, o a un funcionario del IFE al teléfono denunciando en flagrancia cuando se alteraban los votos ¿Se imagina a un empleado del municipio denunciando ¡Por quinientos pesos! al ayuntamiento en pleno delito de realizar sesiones de cabildo secretas? ¡Que horror! ¡Que barbaridad! Las buenas conciencias pueblerinas esperan que tal plan nunca se lleve a cabo ¡U Álah!
En el pueblo la leyenda más recordada es la de mulata que la inquisición (la del virreinato, no la de ahora) condenó a la hoguera. Pero la mulata legendaria, en los muros de la previa cárcel, dibujó el mar, un navío, se embarcó y nadie supo más. Cardoso y otros muchos dibujantes del pueblo han plasmado, como muchos otros artistas, a esta mujer del pueblo, en muchas telas, pinturas y cuadros.
Ya entrado el siglo XXI en Internet se puede uno enterar que los abogados (http://www.elmundodecordoba.com/index.php?command=show_news&news_id=67988) critican un plan de las autoridades del pueblo para recompensar ($500 pesos) denuncias anónimas de los delitos en “flagrancia o cuasiflagrancia” En ésta página web, de uno de los diarios del pueblo, el jurista Juan José Colorado Aguirre señala que “A nivel municipal no se puede establecer como método de investigación de los delitos: un sistema de recompensas, ya que se estaría violando el artículo 21 constitucional que refiere a los principios en los que se debe basar la actuación de las instituciones policiales.” Más adelante el abogado señala que este sistema operó en la peor época de la humanidad, en la época de Torquemada, en la época de la inquisición. La nota quiere recordar al lector que en aquellos tiempos, como los de ahora, las mujeres eran y son denunciadas como “putas” o “brujas” tanto de manera cínica y abierta como a través de anónimos y fatídicos telefonazos.
Hace ocho siglos que los crueles y pederastas papas “nonos” de Roma crearon esta inquisición. Bastaba al inquisidor un rumor o una delación para iniciar un juicio. Se incitaba a los hijos a denunciar a los padres, los padres a los hijos, los esposos a las esposas, las esposas a los esposos, los amigos a los amigos. En un clima de sospecha y terror generalizado, nobles y siervos por igual estaban en peligro de ser enjuiciados, y los predicadores se abstenían de predicar, pues era como jugar con fuego.
Las deudas del delator se anulaban, lo cual era una invitación a que todo deudor denunciara a su acreedor. Fundándose en la delación o el rumor el inquisidor procedía entonces y le caía al acusado como un rayo, por ejemplo a la media noche cuando dormía: lo despertaban y en un estado de aturdimiento y de confusión lo conducían a la prisión secreta de la inquisición sin decirle que delito le imputaban ni quien lo delató.
Los inquisidores se enriquecían como obispos: recibían sobornos, se apoderaban de las riquezas de los que condenaban (coopelas o cuelo) y los ricos les pagaban contribuciones anuales para que no los acusaran. Juzgaban y condenaban hasta a los muertos: los desenterraban como al papa Formoso y trituraban y quemaban sus huesos. ¡Claro para despojar a los herederos del hereje de sus herencias! Cuando se les pasaba la mano en el tormento mandaban al delatado directamente a la eternidad sin pasar por la hoguera. Aquello de que un acusado es inocente mientras no se pruebe lo contrario la inquisición lo invirtió: es culpable mientras no pruebe que es inocente.
Ahora en este pueblo mulato el plan municipal es apresar a los delatados y torturarlos hasta que demuestren su inocencia, mientras tanto le sacan al cuasiflagrante algunos miles de pesos para tirar quinientos de ellos en la cara al necesitado Judas.
Se imagina usted al director de pemex-refinación al teléfono y en el anonimato delatando por quinientos pesos a cualquier Mouriño en el momento flagrante de firmar el delito de Tráfico de Influencias, o a un funcionario del IFE al teléfono denunciando en flagrancia cuando se alteraban los votos ¿Se imagina a un empleado del municipio denunciando ¡Por quinientos pesos! al ayuntamiento en pleno delito de realizar sesiones de cabildo secretas? ¡Que horror! ¡Que barbaridad! Las buenas conciencias pueblerinas esperan que tal plan nunca se lleve a cabo ¡U Álah!
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